El síndrome del sacrificio y la cuesta resbaladiza

David tenía veintidós años cuando terminó la carrera. Era joven y tenía ganas de comerse al mundo. Había estudiado una ingeniería y el panorama profesional era prometedor. Consiguió un trabajo en una empresa realizando tareas que no estaban relacionadas exactamente con sus estudios. Pero tenía la promesa de su jefe de que en cuanto hubiera una plaza disponible lo pondrían en el lugar adecuado.

Así que durante unos meses David realizó el trabajo que nadie quería hacer. Y sí, me refiero a ese trabajo de becario que exige tanta dedicación, tiempo y esfuerzo como los otros, pero que es poco valorado en las empresas.

Aun así, David esperó pacientemente durante nueve largos meses, al cabo de los cuales surgió una vacante en el área de diseño internacional. David consideró que esta era su oportunidad. Se postuló a la candidatura. Hizo los exámenes correspondientes y un día, cuando entraba al trabajo, su jefe lo estaba esperando en el despacho.

David entró con la certeza de que había obtenido el puesto pero de inmediato comenzó a percibir señales que lo pusieron en alerta.

-Siéntate. Dijo José. Llevo un rato esperando. Sé que llegas muy temprano, por eso hoy adelanté mi hora de entrada. Quería hablar contigo a solas.

David tragó en seco.

-¿Es sobre el nuevo trabajo? José asintió levemente.
-Sí, es sobre el nuevo puesto de trabajo.

David comenzó a ponerse nervioso. Aquello no podía ser bueno. Las manos le sudaban y apareció ese tic nervioso en un ojo que tanto lo molestaba.

-El examen que rendiste fue bueno. Los has pasado con la máxima puntuación. Salvo el de inglés. Tienes un nivel de gramática aceptable pero… El jefe lo miró a los ojos. El puesto que tenemos en la actualidad es para trabajar en un proyecto conjunto que llevamos con una empresa norteamericana. Es necesario hablar inglés de manera fluida.
A David se le hizo un nudo en el estómago. Las manos comenzaron a sudarle.

-Puedo aprender inglés. Dijo de repente. Si mi nivel de gramática es aceptable puedo aprender inglés. Pero necesito ese puesto.
José lo miró unos instantes antes de contestarle.

-En ese caso vamos a guardar la plaza durante tres meses porque el proyecto aún tarda. Tal vez tengas como mucho cuatro meses, pero ni un día más. Ese es todo el tiempo que tienes para aprender inglés.
David salió de la oficina de su jefe agradecido por la confianza depositada. Esa misma mañana buscó un curso de inglés en una academia y empezó las clases. Pero tenía poco tiempo para estudiar.

A veces, debido al trabajo, le era imposible asistir a clases. Además, el grupo era de ocho personas y las clases eran lentas. Se le antojaban eternas. Él necesitaba algo más rápido, más ligero. Clases más dinámicas que lo ayudaran a avanzar.

Después de una semana y media decidió probar con un profesor particular pero tampoco resultó. A pesar de que Dave era norteamericano se centraba mucho en la pronunciación y, Dios mío, está bien pronunciar pero hay vida después de la fonética.

A pesar de esto se esforzó durante dos semanas y sí, avanzó algo pero no era suficiente. A ese paso no cumpliría su objetivo. Por más que redoblaba sus esfuerzos el resultado era el mismo, o incluso peor.
Su vida personal empezó a resentirse. Todos los días llegaba tarde a casa. No tenía tiempo para su novia, ni para él.

Para complicar aún más las cosas comenzó a despertar cansado y a irritarse con su madre, con su novia y con todo el que tuviera delante.

Al cabo de seis semanas ya no pudo más. La tarde de un sábado, mientras estudiaba, rompió a llorar desconsolado. Se sentía realmente abrumado, incapaz de salir de aquella situación. Había agotado casi un tercio de los cuatro meses así que era necesario buscar una salida si quería quedarse con ese puesto de trabajo.

El Síndrome del Sacrificio

En la historia anterior hemos descrito el Síndrome del Sacrificio. Es uno de los problemas más frecuentes a día de hoy y es necesario saber cómo enfrentarse a él para superarlo. A menudo es difícil reconocerlo pero si contestas estas preguntas sin duda estarás capacitado para identificarlo, y lo que es mejor aún, podrás superarlo.

Responde las siguientes preguntas.

Estoy:

– Trabajando más con menos resultados.
– Volviendo tarde a casa o saliendo más temprano a diario.
– Sintiéndome cansado incluso después de dormir.
– Teniendo dificultades para conciliar el sueño o despertando a media noche.
– Teniendo menos tiempo (o sin tiempo) para las cosas que me gustan.
– Rara vez relajado o relajado al tomar alcohol o drogas.
– Tomando más café.
– Incapaz de tomarme vacaciones.
Evaluación – Si te identificas con tres o más de estos síntomas comienza a preocuparte.

He advertido cambios en mi persona o en mis relaciones

– No puedo ya hablar de mis problemas con mi conyugue o compañero.
– Me da igual lo que como y la cantidad.
– No recuerdo la última vez que sostuve una conversación con un amigo de confianza.
– No sonrió ni río tanto como antes.
Evaluación – Si te identificas con tres o más de estos síntomas comienza a preocuparte.

Ahora:

  • Me duele la cabeza a menudo o la espalda.
  • Por rutina tomo antiácidos o analgésicos.
  • Me siento como si nada que hiciera diera el resultado esperado.
  • Me siento como si nadie pudiera entender cuanto trabajo tengo.
  • A veces me siento atontado o reacciono ante situaciones de un modo emocional excesivo.
  • Me siento demasiado abrumado para buscar nuevas experiencias, ideas o maneras de hacer las cosas.
  • A menudo pienso en cómo salir de la actual situación.

Evaluación – Si te identificas con tres o más de estos síntomas comienza a preocuparte.

Fuente: Lider Emocional.

Autor: varios.

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